
Siempre es importante la cena con el rector. No se hace ningún acto, ni hay ningún cóctel, pero todo el mundo lo comenta y hay alguien que pregunta lo mismo: “¿hay que ir arreglados?”. Es importante porque por un día, esa figura todopoderosa de la universidad cena con nosotros en nuestra cafetería, en ese momento común en el que nos juntamos al acabar el día. El momento de sentarte con tus amigos, de pararte a comer con la gente a la que no has visto en todo el día, juntos, compartiendo la vida. Y de repente el señor rector invade el espacio.
No es una invasión violenta, pero es como cuando tus padres invitan a un amigo a cenar en casa. Sí, es tu casa; sí, es un momento privado de los tuyos, pero hoy hay que ser un poco más formales, o hay que aparentarlo por lo menos, enseñar la mejor cara y ser todo lo correctos que nuestros padres quieren que seamos. Ese es el sentimiento que se respira cuando viene el rector a cenar.
Entonces llega la charla de después, y el tono de la situación se transforma de formal apariencia, a sincera asamblea. No significa que se desate el caos, sino que es la hora de compartir nuestra experiencia colegial y universitaria, y para ello, el Colegio Mayor confía en los representantes de los comités (Baile, Coro, Deporte, Debates, Teatro, Frikité e Ikea). Tiene sentido, porque es con los comités como nos expresamos, es donde ponemos lo mejor de nosotros, es cuando nos relajamos para hacer lo que nos gusta. Además, a todos nos ilusiona presumir de lo que hacemos, sacar pecho y hablar de la actividad que hace cada comité, confesando por qué bailamos, debatimos, actuamos o jugamos.
Y que no os engañen, porque esto es lo más importante. Ya sea cantando, o decorando el CM, disfrutamos dándonos a nuestra comunidad. Sé que suena a típico discurso institucional (creedme, me he sorprendido en este tono varias veces), pero para el que se ha subido a un escenario, delante de sus amigos, de sus formadores, de la persona que le gusta y de esa que no soporta, de repente el discurso de pose se torna real. Disfrutamos porque sabemos que somos buenos, porque nos atrevemos y porque es diferente, porque es nuestra seña de identidad, y nos damos, vaya si nos damos, no porque haya una multitud delante, sino porque enseñamos nuestra vulnerabilidad desnuda. Porque les decimos a nuestra gente, a nuestra gran familia, qué es lo que sabemos hacer, y que esto es para ellos. Es un regalo, pero no en forma de coreografía, de actuación o partido de futbol, sino que el presente somos nosotros (citando a Peter Dinklage, “yo soy el regalo”). Que no es fácil hacer eso, o ya habiendo superado miedos, no es poco.
Como veterano ya he vivido actos y eventos colegiales suficientes como para haberme dado cuenta. Veo a mis compañeros dedicando tiempo, libre o de estudio a veces, para que el resto sea feliz en un sentido u otro, muchas veces sin recibir el reconocimiento que merecen. Ese es el regalo. Por eso nos damos a nuestra comunidad, no porque suene bonito que lo escuchen los padres de futuros colegiales, sino porque mi gran familia, mis amigos, mi gente, se donan y soy feliz donándoles. Compartimos. Vivimos. Somos juntos. Y aunque sea tonto, es a través de algo tan simple y pequeño como un comité. Hay que vivirlo para entenderlo del todo, porque, aunque los formadores sean testigos de ello (y partícipes), es algo muy nuestro.
Aunque la charla no va solo de los comités. Habiendo hablado ya los presidentes, son los colegiales quienes pasan a preguntar al rector. Se espera que alguien mencione los baches de la uni, pero es el rector quien se adelanta al tema recurrente y lo saca él mismo (habría sido la wifi, pero últimamente va bastante bien). Algunos aprovechan para preguntar por la labor del rector, que en el fondo nadie sabe bien qué hace, y otros preguntan por nuevos grados (ojalá Historia), porque es el momento de preguntar al rector, de hacerle saber que pasa por la cabeza de los estudiantes del Cole Mayor. Y es que nosotros, modestias aparte, somos muy buenos representantes de la vida universitaria. Somos la muestra ideal, ya que entre nosotros hay gente de casi todas las carreras, de todas las facultades, incluso de todos los cursos (aunque predominen los de primero y segundo). Somos un potaje de perfiles, de orígenes (todas las esquinas ibéricas y hasta cuatro continentes, así de memoria) opiniones y personalidades. Vivimos en el campus, y lo que pasa aquí nos afecta más que a nadie, ya sea la inauguración del Rodilla o la nevada que canceló las clases, la vida de la UFV la vivimos más intensamente. A la noche, el campus es nuestro jardín, el fin de semana, nuestro parque, y si de repente, una tarde, te apetece una cerveza lo más probable es que ni siquiera bajes a Pozuelo. Al final, estando en el CM se tiene una visión única de la Universidad, así que por eso creo que resulta interesante compartir dudas con el rector.
Hay pocas veces donde uno se para a pensar qué es el Colegio Mayor. Sí, a mi me han pedido que escriba estas líneas, pero unos días después de la charla con el rector, unas chicas comentaban por qué era diferente el CM, por qué no era como nada que pudiera haber en cualquier solución habitacional madrileña. Y me sorprendieron cuando mencionaron los comités, las cenas todos juntos y las ocasionales charlas que traen hasta el hall de nuestra casa. Son una atmósfera propia de aquí, muy mágica, pero como la respiramos cada día, nos acostumbramos, humanos nosotros, y nos olvidamos de lo especial que es estar aquí. De lo especiales que somos, de lo único que hacemos, de lo únicos que somos y nos mostramos aquí, de que somos más grandes entre estas paredes. Y aunque sea de manera muy formal y correcta, la cena con el rector, esa charla, esos temas, ese compartir, nos recuerda qué es lo que está pasando en el Colegio Mayor Francisco de Vitoria.
Y como diría un albaceteño emigrado en Costa Rica: hemos venido a jugar.